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miércoles, mayo 11, 2011

I must be dreaming

El Gato salió de la que, de alguna manera, se había convertido en su segunda madriguera. Un lugar donde se sentía seguro, tranquilo, a salvo de la ciudad depredadora que devoraba los sueños de sus habitantes. Fuera, el sol del mediodía lo recibió con su radiante y abrasador calor.

- Nada comparado con el calor de mi Estrella- pensó

Pero tocaba regresar a su vida y sus obligaciones. Así que continuó su camino con una sonrisa en la cara y sin mirar realmente por donde caminaba. Era el camino de siempre, por el que había pasado tantas veces. En sus oidos sonaba "We'll all be...". Y de pronto se dio cuenta.

Allí en aquella misma calle que había atravesado tantas y tantas veces durante los ultimos meses, era donde el Aguila había establecido su primer nido. Había sido en alguno de aquellos arboles donde se habían despedido en la larga noche de charlas, donde el mismo se había encaramado en su compañía, donde había echado un vistazo fugaz a su vida y había deseado entrar en ella. Y ahora ni siquiera recordaba con claridad en cual de aquellos arboles era. Y tampoco importaba. No merecía siquiera la pena detenerse a pensar en cual de los arboles había sido.

Habían pasado los años y se había olvidado, tanto como para no darse cuenta hasta hoy, porque aquel ya no era el barrio en el que el Aguila estableciera su nido, sino el barrio en el que su Estrella descansaba.

El Gato sonrió, y se miró a si mismo para comprobar que todo siguera en su sitio: sus patas estaban en el lugar correcto y su corazón seguía latiendo. Su pelaje, en cambio, hacía tiempo que se había vuelto blanco, casi transparente. Y bajo el ya no quedaba ni rastro de las cicatrices, de las heridas tan lejanas en el tiempo.


martes, julio 27, 2010

La estrella caída



El Gato entrecerró los ojos, arropado en la oscuridad que lo rodeaba. Luego dio un timido paso en la resbaladiza superficie del cráter. La inestable luz que surgía del centro de este sorprendio a su piel con un cálido abrazo.

En otros tiempos se hubiera avalanzado sin mas sobre otro ovillo de lana. Pero el Gato se había vuelto precavido. Un cierto aroma a cinismo y desesperanza se había adherido a su pelaje. Por eso se limitó a observar desde la penumbra, olfateando el aire.

La roca incadescente que habitaba en el centro del crater irradiaba una atrayente calidez, pero las paredes del crater se habían vitrificado con el calor, y resutlaban frágiles y quebradizas.

El Gato dio unos cuantos pasos más por el borde del cráter, tratando de desvelar la pregunta que lo acechaba: ¿Podía aquella roca brillante ser una Estrella caída de la boveda celeste?

Trató de distingui el camino a su espalda pero, como siempre, la oscuridad lo había devorado. Todo parece haber sucedido hacía tanto tiempo... como si fuesen recuerdos de una vida pasada, sentimientos experimentados por otros tan distintos a él,,,

Volvió de nuevo la vista hacia la luz. Resultaba desconcertante. Irónicamente todo era mas confuso en la luz. En la oscuridad uno tan solo puede trazar su rumbo, y aceptar los tropiezos que en el haya. A la luz, en cambio, un millón de senderos posibles se vislumbraban.

Sin saber muy bien que pensar, el gato se limitó a ronronear y continuar viviendo. Ya habría tiempo para las conclusiones.

miércoles, junio 09, 2010

La leyenda de Kazmar I



Hoy, revolviendo un poco por el PC, encontré este relato. Lo escribí hace ya algún tiempo, partiendo del transfondo de un pj para Reinos de Hierro (el pj era el nieto del Thain Ugoth). Lo he partido en varias partes para que no resulte demasiado pesado (que ya bastante denso es el estilo de silmarillesco en el que lo escribí, creo) :P



Ocurrió en el año 421 tras la liberación. El Clan Martilloigneo y el Clan Bajopiedra celebraban unos festejos en un intento de fortalecer los lazos comerciales que los unían. Varias de las hijas de cada Rey se casarían con los hijos del otro, formando así una relación familiar que asegurará la paz y la concordia durante generaciones. Sin embargo no eran esas las autenticas intenciones del Rey Martheos de Bajopiedra.

Orgulloso e inteligente, deseoso de mas tierras, el Rey de Bajopiedra había armado sus ejércitos durante el invierno, y ahora estaba ansioso por encontrar un enemigo. Y así, durante el banquete ocurrió todo. Mientras se servían jarras de cerveza a los comensales, el Rey Kargath de Martilloigneo exclamó:

- Probad, queridos invitados, la mejor cerveza jamás fermentada, salida de nuestras bodegas.

Martheos vio su oportunidad, y tomó tal afirmación como un menoscabo a la pericia de sus cerveceros, y así lo expresó. Y si bien la cerveza puede ser un asunto banal, dejó de serlo cuando los menosprecios pasaron al terreno de los soldados, los herreros y las virtud de las hijas de cada cual. Ocurrió así que donde minutos antes había un banquete festivo, de pronto hubo espadas desenvainadas y hachas prestos por doquier, y sin duda la sangre hubiera corrido aquel día de no ser por la intervención de Ulrik, Tribuno sirviente de los Grandes Padres que se encontraba entre los invitados de honor.

- ¿Que es lo que estáis haciendo? ¿Que clase de honor tenéis vos que desenfundáis un arma en la casa de vuestro anfitrión? ¿Y como os atrevéis vos a insultar y amenazar a vuestro invitado? ¿Son estas las maneras por las que serán recordados los Bajopiedra y los Martilloigneo? ¿Las maneras de unos jovenzuelos embriagados incapaces de mantener sus armas en su sitio?

Y tan dura fue la reprimenda que todos bajaron la cabeza avergonzados, enfundaron sus armas y los Bajopiedra abandonaron el salón en paz, no sin antes jurar venganza por aquella afrenta.

Fue así como la guerra se cernió sobre las montañas de Bajopiedra y Martilloigneo, y en verdad hubiera sido una guerra larga e igualada, de no ser por la astucia de Martheos, que previendo lo que iba a suceder, había dado ordenes a su ejercito de reunirse y comenzar la marcha mientras él se dirigía al banquete. De esta forma el ejercito de Bajopiedra al completo atacaría mientras las huestes de Martilloigeno todavía se estaban organizando, y por ello el Rey Kargath dio ordenes al Thain de la familia Kazmar de proteger el paso de montaña que era su hogar.

- ¿Proteger el paso? ¿Nosotros solos? ¡Tan solo contamos con 30 hombres y ellos son cientos!- Exclamó Urbin, hijo de Ugoth, Thain de Kazmar

- ¿Es que acaso te falta el valor, hermano? Yo misma acabaría con diez de ellos, si la causa no nos fuera tan ajena- Le reprendió Saghea, su hermana gemela.

- ¡Ya basta! -Exclamó el venerable Thain- El Rey ha dado una orden y se cumplirá, no importa que sean cientos o millones. ¡Ni aunque sus soldados fueran tantos como gotas de lluvia en la tormenta atravesarían nuestro hogar.

Y así llego el día en que el propio Rey Martheos, al mando de 500 soldados que componían la vanguardia de su ejército, se presentó frente a los guerreros de Kazmar.

- ¡Saludos, oh valerosos guerreros! Admiro vuestra tenacidad, digna de ser recordada. Admirad vosotros también la fuerza de mi ejercito, y rendid el paso. Evitemos que la sangre cubra hoy la nieve.- dijo el Rey, enfundado en hierro

- Nuestro Rey nos ha ordenado guardar el paso frente a sus enemigos, y vuestras palabras dulces no os servirán para echar abajo nuestras puertas- replicó Ugoth, Thain de Kazmar, al frente de poco mas de 50 soldados armados, contando mujeres, jóvenes y ancianos, y todo aquel capaz de plantar cara al enemigo.

El Rey Martheos se retiró hasta sus tropas, con el cejo fruncido y el orgullo herido, e hizo llamar a Fagrezt, una enorme bestia, un ogrun de al menos 3 metros de alto, y este trajo consigo a Urbin y Saghea, que habían sido capturados días atrás mientras dirigían una patrulla de exploradores. El Rey entonces volvió a adelantarse para hablar

- Mirad, Thain, estos son vuestros hijos. Cededme el paso y os los devolveré sin daño ninguno, incluso os permitiré conservar vuestro hogar. Tan solo debéis dejarme pasar, como si fuera un invitado que no permanecerá mas de un día. ¿Qué padre no cedería alojamiento a un invitado por el bien de sus hijos?

- ¿Qué hombre trataría de ganar con la palabra lo que no alcanza con su espada? Os pagaré todo mi tesoro como rescate, pero cederos el paso, eso no puedo, pues mi Rey me ha ordenado defenderlo.

- Esta absurda negociación me agota, pequeño Thain. Cededme el paso o vuestros hijos sufrirán las consecuencias, y mañana al alba vuestros cadáveres se pudrirán sin enterramiento, a la vista de los buitres.

- No puedo daros lo que pedís, mi señor. Os ruego que dejéis a mis hijos libres y luego, si tal es vuestro poder, acabéis con nosotros. Pero no me pidáis que traicione a mi rey.

Asi, el cruel Rey dio ordenes a Fagrezt de torturar a Urbin y Saghea. Al primero le amputó todos los dedos de la manó, para que nunca más pudiera empuñar arma alguna; y a la segunda le arrancó uno de los ojos, que se decía que eran los mas bellos de cuantos había en tierras de los Martillofuego. El anciano Thain observaba, con lágrimas en los ojos, mientras el corazón le ardía de rabia pidiéndole cargar contra su enemigo, tal y como quería el astuto Rey. Pero el viejo enano mantuvo su posición firme, guardando todo el odio para cuando sus hachas se cruzasen.

Por ultima vez el Rey Martheos volvió frente a las puertas de Kazmar acompañado de la bestia que era su torturador y su guardia personal, y con él los dos hijos del Thain, sangrantes y malheridos.

- ¡Por ultima vez! ¡Rendid vuestra fortaleza ahora que tenéis la oportunidad de salvar vuestra vida y la de vuestra familia!

Pero esta vez no hubo tiempo a ninguna respuesta, pues antes de que el Thain pudiese poner a prueba una vez mas su lealtad, ocurrió que Saghea se revolvió del brazo que la sujetaba, y con las mismas cadenas que ataban sus manos atrapó el cuello del Rey. Y allí mismo hubiera acabado con su vida, de no ser por Fagrezt, que acudió al rescate de su amo; y por la cobardía de Urbin, que en lugar de ayudar a su valiente hermana aprovechó el momento para escapar.

Y así fue que Saghea fue muerta por la bestia frente a las puertas de su hogar, a la vista de su padre, sus hermanas y de sus vasallos. Y esas mismas puertas permanecieron cerradas cuando Urbin el Cobarde suplicó auxilio a su padre, auxilio que le fue negado, y tuvo que huir del lugar con vergüenza y deshonor.

viernes, enero 29, 2010

Pequeños placeres III: Silencio

Apoyado contra la encimera de la cocina en la solitaria casa, tomo en silencio un vaso de cocacola a pequeños sorbos. El refresco burbujea en mi boca, bajo mi lengua. Me paro a pensar un instante en el sabor dulce, en la sensación de las burbujas en la punta de mi lengua. Puedo oírlas.

Puedo oírlas incluso a pesar del atronador sonido del reloj automatizado del horno, con su mecánico thuck-thuck-thuck que recuerda a un martillo hidráulico. Puedo oírlas sobre el contundente tic-tac del reloj de pared.

Cierro los ojos. Al momento, comienzo a percibir mas sonidos. El motor de la nevera. Los coches allá a lo lejos. Niños jugando, no se donde. Voces en algún otro piso, quizas una televisión, o una radio.

Son sonidos lejanos, apenas perceptibles. Quizás si me moviese, alejándome del ruido de mi cocina, podría escucharlos mejor, pero tengo la sensación de que si abro los ojos y doy un solo paso, todo este mundo de diminutos sonidos desaparecerá, llevándose la calma consigo.

Abro los ojos, doy un ultimo trago al vaso y vuelvo a mi habitación. La casa está en silencio.

martes, enero 19, 2010

El cielo intacto

El Gato se acercó sin hacer ruido a las brasas, recostándose junto al agonizante calor que estas ofrecían. Aprovechó la casi imperceptible luminosidad rojiza que desprendían para echarse un ojo y comprobar que todo seguía en su sitio: sus patas estaban en el lugar correcto y su pelaje seguía igual de oscuro. Y bajo aquella manta negra, supuso, las cicatrices seguirían marcando su piel, formando complicados patrones y figuras que era incapaz de comprender.

Hacía ya rato que había anochecido. Tampoco es que importara demasiado, ya que la mayor parte de su vida había transcurrido de noche, a la luz de las estrellas. Y ahora se encontraba allí, recostado frente a un agonizante fuego ajeno, sin preguntarse quien había acumulado la leña ni quien había iniciado la quema.

Un resplandor cruzó el cielo. El Gato levanto la vista al cielo sin apenas prestarle atención. No era la primera estrella que caía a tierra, desvaneciéndose en el aire, dejando tras de sí tan solo un leve rastro de humo.

Aún así el brillo era deslumbrante, casi doloroso, y el gato cerró los ojos. Cuando volvió a abrirlos supo que algo no marchaba bien. Miró al cielo. Escrutó durante horas cada palmo de la bóveda celeste. Y no encontró nada.

Nada. De pronto todos aquellos puntos de luz que rompían el azul de la noche habían desparecido dejando tras de si un espantoso cielo intacto. Apenado, el gato volvió la vista a las moribundas brasas. Observó de nuevo su tenue resplandor rojizo, alargo sus zarpas y dejo que estas absorbieran el calor que brindaban.

Supo que podía dormirse allí, olvidarse por completo de la bóveda celeste y vivir tranquilo. Y dejar de ser quien era.

Con movimientos lentos y perezosos, se obligó a si mismo a levantarse, y comenzó a caminar de nuevo bajo aquel cielo intacto. Si las estrellas habían abandonado el cielo, quizás fuera el momento de buscarlas en la tierra.

sábado, agosto 22, 2009

Tanatorio

Ultimamente me cuesta bastante escribir. Me pasa lo contrario a lo que solía sucederme: tengo ideas, pero cuando me pongo a escribirlas se derrumban y los relatos quedan a medias. No estoy demasiado contento con el resultado de este... para mi, que realmente estaba allí, las escenas son mucho mas... "visuales", y no se si habré conseguido transmitir bien esa sensación... En fin, sea como sea, aqui queda.

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Luis sintió un consquilleo en el brazo que lo distrajo del sermón. Bueno, en realidad lo sacó del mundo de sus adentros para traerlo de vuelta al sermón.

El ataud seguía ahi, quieto, presidiendo la ceremonia con su tenebrosa presencia de madera brillante. Había entrado al inicio del funeral, arrastrado por un trabajador del tanatorio, perfectamente coordinado con el sacerdote que entraba por la puerta contraria. Lo habían colocado allí con su corona de flores, a escasos metros de sus familiares, que ocupaban los primeros asientos de la pequeña capilla. El encargado de transportar ataudes desapareció por la misma puerta doble por la que había entrado, anclando dos pesados pestillos al suelo con un ruido seco como de disparos.

Y luego, había empezado la ceremonia. Había intentado seguirla, pero le resulto imposible. Los pasajes eran los mismos que había escuchado en otras tantas ocasiones. Las frases de consuelo tan solo variaban en el nombre del difunto. Y la misma filosofía llena de agujeros que contradecía la doctrina que el mismo cura defendería al día siguiente. Y, además, aquel sacerdote parecía estar tan cansado de repetir aquello como Luis de escucharlo.

- Debe ser un trabajo aburrido y desesperanzador, celebrar tan solo funerales en esta capilla- pensó para sus adentros- ¿Realmente creerá en todo lo que está diciendo? Y... ¿los familiares realmente desean oir todo esto?

La estruendosa melodía de un movil con el sonido de unas gaitas lo trajo de vuelta esta vez. Las cabezas se giraron, alguien carraspeo, y una nervioso asistente se afanó en colgar la llamada. No habían pasado ni diez segundos cuando el episodio se repitió. Esta vez incluso la hija de la difunta clavo su mirada, arrasada en lágrimas y oculta tras la gafas de sol, en el propietario del impertinente aparato.

La ceremonia se prolongó lenta y cansadamente, como arrastrandose, algún tiempo más. Por fin, el sacerdote se preraró para dar la eucaristia.

- ¿Alguien va a comulgar?- preguntó antes de molestarse en tomar la copa llena de hostias en su mano.

Una a una, algunas manos timidas se fueron alzando. Una, dos, tres... cuatro... cinco... y ya no mas. Luis se preguntó el sentido de todo aquello: la capilla repleta de gente que acudía a una ceremonia religiosa en la que no creían, encargada por los familiares que tampoco creían en ella a un cura falto de animo para llevarla a cabo. Si la situación no fuera tan inoportuna (con el brillante ataud vigilandolo todo desde su esquina) hubiera esbozado una sonrisa en honor a la ironía, la falsedad y el sin sentido que impregnaban todo el acto.

En estos pensamientos andaba cuando un cosquilleo en el brazo volvió a interrumpirlo. El Sacerdote ya se retiraba- "Podeis ir en paz"- En cuanto salió por su puerta, el sonido como de disparos volvió a oirse y la puerta de la izquierda se abrio. El mismo operario entro con paso apurado hasta el ataud, se giró hacia la multitud y dijo:

- La cremación se realizará en la planta baja ¿Alguien desea presenciarla?- Un silencio denso e incomodo hizo acto de presencia, como una red pegajosa que ahogase las palabras de los presentes- ¿No?

Ante la falta de respuesta se dio media vuelta y volvió a empujar el ataud, como quien llevase un carro de la compra, hasta la puerta doble por la que había entrado. Un instante despues, el ataud y el cadaver que contenía desaparecieron de la vista de los presentes, con rumbo al infierno del crematorio. Las puertas se cerraron y resonaron otros dos disparos.

Un tercer cosquilleo en el brazo atrajo definitivamente la atención de Luis. Bajo la vista y la vio allí, pegada a su brazo. Era una mosca. Una de estas moscas negras y enormes, correteando por su brazo.

Por un momento Luis se pregunto de que se alimentan las moscas en un tanatorio.

De los cadáveres que un día fueron flores, sin duda.

lunes, agosto 17, 2009

Historias del Viejo Mundo I

La deforme criatura alzó sus manos al cielo en medio de la tormenta, mientras los rayos golpeaban la tierra con su furia a su alrededor. Como si respondiesen a su llamada, como si fuesen palabras terribles surgidas del infierno de aquel cielo negro. Por un momento Shakuan creyó atisbar una sonrisa bajo la capucha del deforme hechicero.

Costaba creer que aquello fuese alguna vez un guerrero del caos. Por su aspecto parecía apenas capaz de alzar el báculo que portaba. Sin embargo lo había visto destripar con sus manos desnudas varios mastines, y lanzar a un hombre del imperio por encima de las cabezas de sus compañeros. En ocasiones, las recompensas de los dioses tomaban formas extrañas, y en el helado norte nada era lo que parecía. Sobretodo lo concerniente a Tzeentch, Señor del Cambio y Maestro de la Mentira.

Por eso Shakuan nunca le quitaba un ojo de encima al siniestro hechicero que decía ser su aliado. Y por eso lo acompañaba durante el ritual, permaneciendo en pie a una prudente distancia del circulo de runas trazado con esmero sobre el helado suelo.

La lluvia repiqueteaba sobre la metálica armadura del paladín del caos y la de su Guardia de los Excesos, mientras la tormenta se recrudecía por momentos a su alrededor. Aún así, todos permanecían en pie, convencidos de que el Príncipe Oscuro los protegería de cualquier peligro. En cuanto al Señor del Cambio... si todo marchaba bien su furia sería aplacada pronto.

El ritual continuó durante un tiempo difícil de concretar, pero que para Shakuan resultó exasperante. No comprendía nada de las runas, los bailes ni las palabras que formaban parte del conjuro, y pedirle consejo al Maestro de las Mentiras no parecía una idea muy inteligente. Debería ser el Príncipe Oscuro quienes les indicase el camino. Pero ninguno en su tribu había sido bendecido con el poder de la magia y la adivinación, y aunque Slanesh atendía en ocasiones sus plegarias mas materiales y le había recompensado con su poder, nunca le había mostrado visiones. Así que cuando encontraron al hechicero moribundo, Shakuan decidió tomarlo a su cargo. Y cuando gracias a sus visiones derrotó a los Komrodes, antiguos enemigos de su tribu y su dios, decidió que aquello era una señal del Slanesh para seguir los consejos del hechicero. Pero todo aquello no significaba que se fiase realmente de él. Los dioses son caprichosos, y sus deseos cambiantes.

Un rayo que cayó a menos de cien metros sobresaltó a sus guerreros y saco a Shakuan de su ensimismamiento. El hechicero se giró, con aquel par de ojos azulados brillando en la oscuridad de su capucha y una de sus huesudas manos señalando al prisionero. Sus guerreros llevaron a rastras al ultimo de los Komrodes que habían capturado, mientras este se debatía echando espumarajos por la boca y tratando de liberarse. Uno de sus guerreros golpeó una vez mas la cara ya muy deformada cara del bárbaro enemigo, acabando con sus fuerzas para debatirse. Finalmente lo arrojaron contra el menhir sagrado y lo sujetaron con sus manos contra este.

A pesar de las torturas a las que había sido sometido y de los golpes que había recibido (su mandíbula a estas alturas debía estar dividida en cientos de partes), el arrogante Komrode se las arregló para escupir una flema sanguinolenta al hechicero cuando este se acerco. Si aquello le había importunado, no dio muestras de ello, y con una terrible lentitud y calma fue acercando uno de sus afilados dedos a su pecho.

Shakuan observaba, esperando ver de que manera acababa con su vida el sirviente de Tzeentch. Para su decepción, cuando el dedo alcanzó el pecho del prisionero, no sucedió nada. Con la misma exasperante lentitud el mago comenzó a trazar mas y mas símbolos invisibles sobre su piel.

De pronto, sin previo aviso, el achaparrado brujo dio un salto atrás y el cuerpo del prisionero estalló en llamas de vivos colores azules y violetas. Sus guerreros, a pesar de todo, siguieron sujetándolo firmemente por los brazos, ignorando el fuego que lamía sus decoradas armaduras y los sobrenaturales gritos del ejecutado. Shakuan pudo ver como su prisionero se consumía en aquellas llamas, primero la piel resquebrajándose y ardiendo, luego los músculos transformándose en humo, y finalmente los huesos ardientes se hicieron polvo con un espantoso alarido. Un nuevo rayo fue a estamparse contra el báculo del brujo y este se retorció en un estado de éxtasis, repleto de energía.

A Shakuan le sangraban los oídos. Sin duda era un precio pequeño a pagar por las visiones del futuro y por la experiencia que acababa de presenciar. Se acercó con lentos y gráciles pasos hacia el monolito, con su capa flotando en el viento tras de sí. Hizo una seña a los guerreros que habían sujetado al prisionero para que se retirasen, y luego se agachó y poso una mano en la espalda del hechicero.

Un chasquido eléctrico recorrió su brazo y se extendió por su armadura. Shakuan sonrió disfrutando el extraño cosquilleó que dejó tras de si la descarga.

¿Qué has visto?- su voz era casi un susurro
Debemos caminar... caminar por dos días hacia el rey de los cielos... hasta hallar una vena de la tierra...y luego hacía la calidez. Allí encontraremos... enemigos y muerte... muchos muertos... pero la recompensa será adecuada... y el dolor necesario.



Hacía tres días que bordeaban el río, y Shakuan empezaba a preguntarse si realmente aquello era “una vena de la tierra” o se había equivocado. O, mucho mas probable, su deforme compañero lo había engañado.

Junto a el cabalgaban sus Guardias de los Excesos, y tras ellos todos los hombres y mujeres de su tribu que había podido reunir y preparar para la batalla. Por ultimo, sus Guerreros Purpuras cerraban la marcha, vigilando de cerca la criatura que un día se llamó Cignus, valiente servidor del Príncipe Oscuro, y que hoy todos conocían como Destripador, que era arrastrado encadenado por varios hombres de la tribu.

El siniestro brujo insistía una vez mas en la efectividad de sus artes alquímicas y sus pociones cuando una hombre a caballo llegó al galope junto a ellos. El barbaro desmonto y se postró en el suelo frente a ellos mientras trataba de recuperar el aliento.

Habla- dijo secamente Shakuan tras detener la bestia que le servía de corcel y que observaba con ojos deseos al postrado humano.
Enemigos, príncipe. A una hora a caballo hacia el Sur. Marchando hacia aquí. Nos topamos con sus mastines.
¿Cuántos eran?
Tan solo pudimos ver sus tropas a lo lejos... no demasiados... menos que nosotros... a pie, sin gigantes ni trolls ni nada de eso.
¿A quien sirven?
Los símbolos de sus estandartes... no los había visto nunca... pero sus mastines apestaban a podredumbre... no eran criaturas como las nuestras... juro que vi el blanco de las costillas de uno de ellos sobre su pelaje... como si fuesen cadáveres... Nurgle.

Shakuan meditó unos instantes. No sabía de ninguna tribu adoradora de Nurgle por aquella zona.

Cadáveres- musitó el hechicero- No parecen cadáveres, son cadáveres. Y son nuestro sacrificio, el que nos llevará a la recompensa.

El paladín del caos lo miró inexpresivamente unos instantes, como evaluándolo. El brujo sonrió maliciosamente, dejando a la vista una hilera de dientes afilados como cuchillos.

Preparad a los hombres. Quiero que formen y estén preparados para la lucha ya. Tú – dijo al bárbaro que continuaba postrado ante el- reúne a los exploradores, nos van a hacer falta

La Guardia de los Excesos se apresuró a transmitir sus ordenes y el jinete partio de nuevo al galope.

Vuestro destino se acerca, paladín
No es solo el mío, te lo aseguro. Si eres leal, ambos llegaremos muy lejos. Traicióname... y te juro por los cuatro que te arrastraré conmigo al infierno.


Shakuan espoleó a su montura, que culebreo por el terreno a una velocidad imposible. Luego se detuvo, mientras el cuerpo del demonio se retorcía de una manera antinatural para permitirle mirar hacia atrás.

- Quiero ver a ese enemigo con mis propios ojos. Tu prepara tus pociones y asegurate de que todo esté en orden para cuando regrese.

jueves, mayo 07, 2009

Jaque Mate



Somos la casta de los malditos,
Nacidos de la piedra negra
De la negra noche sin estrellas
De las penas y los gritos

Arrastramos tras nosotros nubes
Furiosas, de tormentas llenas
Que nos llueven odio
Día y noche por igual.

Somos la casta de los malditos.
Los de duro corazón de piedra
Los de la botella vacía en vena
Los de lágrimas como guijarros.

Arrastrados como barcos sin dueño
Es la marea la que nos estrella
Una y otra vez contra la costa
Y nos astillamos sin dejar huella.

Somos la casta de los malditos
Y de nada nos vale la lucha
Pues no conocemos enemigos
Mas que nosotros mismos.

Y así vomitamos sobre el papel
Inútil terapia de versos
Y si no hay rima ni ritmo
Que se adhiera a nuestra vida
¿Por qué íbamos a hacer algo distinto?

Somos la casta de los malditos,
Convertimos en vinagre el vino
Nos las arreglamos siempre para hundirnos
Pues las simas son nuestro camino.

Y cuando el destino llama a nuestras puertas
Siempre abrimos y le cedemos el paso,
Al navajero asesino de esperanzas
Se lo entregamos todo en mano,
Creyendo en un ideal mas alto
Cada vez mas alejado del suelo.

Somos la casta de los malditos
Ladrones de besos de labios de olvido
Zurzidores de remiendos mal cosidos
A hemorragias nunca curadas...

Jaque mate a todas nuestras jugadas

miércoles, abril 29, 2009

La muerte


Cuando la vio cruzar la calle, Luis supo que iba a morir. Pero en vez de salir corriendo, en vez de gritar y aullar auxilio, se quedó allí parado tratando de adivinar las facciones bajo la capucha.

Como si tratara de aferrarse a la estúpida esperanza de que no fuera realmente ella, como si la certeza de su muerte pudiera ser un mero momento de escalofrío, una extraña sensación de desasosiego a esas horas de la noche.

Ella simplemente cruzo la calle, bajo la tenue luz de las farolas oxidadas, ajena a las conversaciones de los estudiantes tras las clases, ajena a la pareja de la esquina que se abrazaba, ajena a las libretas de apuntes, a las sonrisas y a las miradas. Enfundada en su capucha cruzo aquel mundo irrelevante como un espectro, como una bala silenciosa disparada contra su frente desde muy lejos.

El seguía quieto cuando llegó a la acera, y tan solo cuando estaba a pocos pasos acertó a reaccionar, retrocediendo torpemente sin dejar de mirarla, saboreando el terror de lo inevitable.

Paso a su lado y, en un movimiento felino y rápido como el relámpago clavo un insante el frió brillo metálico de su mirada en él. Como un acto casual, indiferente. Como un cartel de neón que gritaba "No me importas en absoluto ".

Y Luis murió aquella noche.

jueves, enero 22, 2009

Bastante cerca de la Tierra

Ayer, tras leer esta entrada en el blog de Sarg, descubrí esta web, a la que probablemente me una en breves, o bien imite en la sección de escritura del abismo. Básicamente consiste en que cada semana se da una frase, y los usuarios escriben un texto que empiece por esa frase. A mi, que muchas veces me apetece escribir pero no se sobre que, y que lo que mas me cuesta es empezar los textos, me viene de perlas.

Así que ayer, ya en casa y desconectado del mundo virtual, decidi hacer una apaño personal. Cogi un libro de la estanteria ("Fundación y Tierra" de Asimov, que me rondaba la mente por una conversacion de esa tarde), cerre los ojos, hice que las páginas pasaran ante mi, y lance mi dedo sin mirar. Y con la frase que estaba señalada, salió esto...



"Tenía que estar bastante cerca de la Tierra. Bastante cerca del mar y del aire, de aquel parque donde los niños jugaban entre charcos un día nublado, del puerto con sus pequeños barcos pesqueros, alocadas cascaras de nuez arriesgandose mar adentro. Tenía que estar bastante cerca de aquella habitación gris donde la había visto llorar, de aquel rio y aquel bosque rosado de petalos suicidas lanzandose al vacío. Bastante cerca de ella.

Miró los paneles de control una vez más, escrutando aquel vacío de resultados, calibrando de nuevo cada parametro de busqueda, a la espera de algún punto brillante que rompiera las tinieblas de la cabina de mando. Nada. Allí no había nada. Derrotado, se dejó caer sobre el asiento y apoyo la cabeza entre sus manos.

Tanto tiempo... había pasado tanto tiempo y había arriesgado tanto...

¿Cuantas estrellas? ¿Cuantos planetas había dejado atrás? Su solitario viaje había durado años, aunque para alguien que hubiese permanecido estático tan solo habrían pasado meses. Pero él había desafiado las leyes que rigen el universo, la fría inmensidad del inconcebible espacio interestelar, y había surcado la galaxia a velocidades impensables.

Y ahora se había perdido. ¿O es que quizás la Tierra no era mas que otro sueño?

De pronto, una pequeña esfera de luz apareció en el proyector holográfico. No era mas que una estrella de tamaño medio, como tantas otras, perdida en la inmensidad.

Pero él estaba seguro de que orbitando alrededor de aquella estrella desconocida había un planeta llamado Tierra. Y en algún lugar de aquel mundo, ella... aquella criatura que había visto en sus sueños, hacía tanto tiempo, por la que había cruzado medio universo."


PD: Si, se que es algo pasteloso. Pero no me echeis la culpa a mi, echadsela a Asimov por esas frases taaan romanticas :P

lunes, enero 19, 2009

Agua

El agua tiene un sabor extraño.

La palabra "metalico" acude a mi mente, queriendo encajar como sea en el texto. Pero no es cierto.

No sabe a metal, sabe a agua, pero agua extraña.

Aunque sea igual de cristalina, igual de transparente, igual de inodora e incolora.

Quizas este extraño sabor (metálico, metálico, metálico...) no forme parte realmente del agua. Podría ser la botella, con su azul transparente y su plástico arrugado. O podría ser mi lengua, recordando otros sabores. Pero no lo son.

El agua tiene un sabor extraño. Quizas sea por que sabe que solo quedan unas cuantas gotas, y que en dos besos más la habré agotado.

lunes, enero 12, 2009

La princesa y el mendigo

Erase una vez una Princesa que caminaba feliz por el bosque y fue a toparse con el Mendigo

- ¿Que hace vuesa merced caminando por estos inhospitos parajes?- dijole el Mendigo
- Tan solo disfrutar del paisaje- y acto segudi la Princesa comenzó a canturrear mientras seguía caminando
- Pues deberíais abandonar este sendero, esta plagado de peligros
- Gracías por la advertencia, pero nada me asusta ni me desvía de mi camino

Fue así que la princesa continúo su camino, y se encontró con un caballero, de los de reluciente armadura, espada enjoyada y lengua de plata. Escuchó sus palabras, sus promesas vacuas, su amor pasajero como el agua de un río. Y así fue feliz un tiempo, pero al cabo termino presa en el castillo, de torres altas como la luna y un feroz dragón a la puerta. Y cada anochecer lloraba ansiando volver a recorrer libre los bosques.

Ocurrió una noche de luna llena que el Mendigo escucho su lamento y armandose de valor se dirigio al castillo, y con astucia eludió al dragón y devolvio la libertad a la Princesa.

- ¡Oh, muchas gracias, mi noble amigo! Decidme que deseais como presente de agradecimiento y será vuestro
- Nada deseo, pues esto no ha sido mas que una muestra de amistad, y vuestra amistad ya tengo.

Caminaban los dos por el bosque de nuevo, cuando apareció ante ellos un escudero sin caballero, de los de heridas de guerra y ojos viejos, de palabras de libertad y rebeldía. Y la Princesa escucho sus palabras, y al cabo terminó prendida de aquel hombre de la guerra.

- No deberíais acompañarle, mi amiga, pues he oido historias de sus "hazañas", y os aseguro que os quitarían el sueño.
- Vamos, viejo amigo ¿Ahora creeis en rumores malintencionados? ¿Es que no veís la nobleza que esconde tras sus ojos?

Así la Princesa dejo de nuevo el bosque y recorrió el mundo, de pueblo en pueblo junto a su escudero. Y fue feliz un corto tiempo, pero al cabo terminó encerrada en el mismos castillo, en la misma alta torre y con el mismo dragón hambriento a sus puertas. Y lloraba cada noche su tristeza y su soledad.

Ocurrió que una noche el Mendigo escucho su lamento y, armandose de cuanto valor logró reunir, sorteó por segunda vez al dragón hambriento, escalo la alta torre y rescató a la princesa de su cautiverio.

- Gracias, mi unico amigo ¡Ojalá os hubiera echo caso en su momento!
- No os preocupeis princesa, pues errar es el mayor signo de humanidad.

Y sucedió que andando de nuevo por el bosque, se dieron de bruces con un caballero de corcel negro como la noche, armadura oscura y oxidada y espada manchada de sangre reseca. Y la princesa escucho sus palabras, sus mentiras descaradas y su lengua envenenada.

- No vayais con él, querida amiga, pues acabareis de nuevo encerrada. ¡Miradlo! Aún desde aqui puedo oler el aroma de la traición en él
- Vamos, vamos, viejo amigo ¿Es que ahora juzgaís a la gente por sus vestimentas? No temais por mi, pues el me protegera de cualquier mal.

Así la princesa abandonó en bosque y sigui al caballero negro, que mediante sutiles engaños la dirigió directamente al castillo, donde la encerro tras siete cerrojos en la alta torre, y buscó un dragón aún mas fiero para guardarla y asustarla. Y la Princesa no fue feliz, y lloraba día y noche.

El Mendigo oyo una vez mas sus lamentos, y apesadumbrado se dirigió al castillo. Con sigilo y silencio se aproximo y trepo las murallas. Dirigiase a la alta torre cuando sus pies ya viejos lo traicionaron, tropezando y armando un gran escandalo que al dragón despertó. Mucho corrió el mendigo, y al fin logró eludir al monstruo y alcanzar la alta torre donde su amiga estaba presa.

- Oh, mi querido amigo ¡habeis vuelto a hacerlo! Pense que ya nadie me salvaría... pero... ¿Es sangre eso que se derrama?
- No tan deprisa, Princesa. Me temo que las zarpas de esa bestia en mi espalda han hecho mella, y que poco tiempo le queda ya a este viejo mendigo. Cruel ha sido el destino queriendo remarcar así mis palabras.
- ¿Que es lo que decís, querido amigo? ¡Rapido! Huyamos de aqui y busquemos quien te cure.
- No, Princesa. No he venido a rescataros. Puesto habeis demostrado que acabaríais igualmente presa, prefiero ahorraros el paseo. Tan solo acudía a despedirme de vos, y bien caro me ha salido esta vez el adios.

miércoles, diciembre 17, 2008

Gotas



Una gota. Un sonido quedo para un choque cataclismatico en un mundo diminuto. Una enormidad de moleculas que se arrastran, deslizandose a favor de la gravedad. ¿Pueden las gotas girar? ¿Pueden cambiar su dirección, o son meras marionetas de fuerzas incompresnibles?

Otra gota. Creo que no les importa. Igual que ellas no nos importan a nosotros. Las gotas se limitan a deslizarse sin pensar, dejando en su efimero camino fragmentos de su vida tras de sí, juntandose aqui y allá para ser algo mas grande. A veces detenidas, como esperando el momento oportuno, pero nunca inmoviles. Nunca quietas.

jueves, diciembre 04, 2008

Solo llamadas de emergencia



Miro otra vez el movil. ¿Cuanto había pasado desde la ultima vez? Demasiado poco. Demasiado para él.

Contra la luminosidad de la pantalla se recortaban las mismas cuatro palabras: "Solo llamadas de emergencia". Curiosa manera de decir que, aún si hubiera un emergencia, el telefono no serviría para nada. Fuera de cobertura. A campo abierto, como un blanco perfecto, un muñeco de nieve perdido allí en lo alto. ¿Acaso había emergencia mas urgente?

Miro otra vez el movil.

Y otra.

Y de pronto, el silencio. Como un montaña caída del cielo, aplastandolo contra el suelo.

jueves, octubre 23, 2008

Ella

Un ruido extraño lo sacó de la inconsciencia de su sueño. Abrió los ojos al mundo real. O a algo parecido, pues todo parecía oscilar, mecido por una invisible marea. El cuadro de la pared de enfrente se empeñaba en trepar por ella para luego volver a escurrirse, una y otra vez, una y otra vez. Parecía como si las líneas con las que dios había dibujado el mundo aquella mañana fuesen borrosas e imprecisas.

Cuando se giró en la cama, el contenido de su estomago quiso salir a estamparse contra la alfombra. Pero no lo hizo. Cerro los ojos y tragó saliva.

Abrió los ojos de nuevo, esta vez un poco mas consciente que la anterior. Y allí estaba Ella. Observándolo desde cada rincón, desde cada esquina, desde cada sombra de la habitación. Susurrándole al oído frases cuyo contenido no podía, no quería descifrar. Estaba en el techo, estaba en el suelo, estaba tras el armario y a los pies de su cama. Por un momento pensó que todo aquello no era mas que una pesadilla. Pero sus ojos seguían abiertos como platos, mientras los pensamientos y los recuerdos rebotaban en su cabeza sin pausa. Entonces se dio cuenta de que se volvería loco. Se dio cuenta de que, quizás, ya lo estaba.

Así que alargó la mano, buscando a tientas entre las sabanas, demasiado cansado para girar la cabeza. Y allí estaba ella, que no Ella. Sintió su tacto frío y suave, reconoció su penetrante perfume y anticipó el sabor de sus ardientes besos. La agarró con dulzura, aferrándose a ella como si fuera la ultima tabla para salvarlo de la tempestad, como si fuera el único pedacito de realidad que estaba a su alcance. Lentamente la acercó hasta sus labios.

Dio un largo trago y rezó porque ella lo devolviera a la inconsciencia.