Hacia tiempo ya que no lloraba. Quizas un año, o algo más. Para algunos, supongo, será poco. Ayer las lagrimas me supieron a poco, diminutas esferas de sentimiento tratando de huir de mi tormenta, incapaces de llegar mas que a humedecer los ojos. Eran las lagrimas del corazón de un niño en la mente de un hombre, inutiles, carentes de sentido.
Eran el testimiento de un ultimo intento, de un ultimo acto de fé, que se derrumbaba a mi pies.
Otra palada mas de tierra sobre mi corazón. Sin canticos ni nadie que mire. Sin siquiera un ataud tras el que guarecerme.
Arañando la tierra repletas de afilados guijarros, quizas sembrados por alguién para que cortaran mis manos, rescaté los jirones de mi bandera. Era una tela vieja, gastada, manchada; de sangre, mía y ajena; de barro y polvo; de lagrimas tiempo atrás olvidadas. En algun momento, cuentan, fue un estandarte blanco de fulgor, como si encerrase en sus hilos un sol naciente. Ahora estaba llena de zurcidos y remiendos, y de rotos que ya ninguna aguja podía coser. Una vez más, deje que el agua clara limpiara las manchas mas recientes. Dejarían marca, seguro, pero esta casi no sería perceptible.
Otra palada mas de tierra, y los Enterradores no comprendén que no importa cuanta mierda echen encima, que manos decididas volveran a alzar mi estandarte, raido y glorioso a un tiempo, testigo de mi vida, al viento. Y que, con sus palas, tan solo cavan entre los hilos sus propias tumbas, algunas ya muy profundas.
Sus hilos, negros y podridos, caeran tras de mi al frio barro, y yo me alejaré entonando mi melodía, mi marcha de tambores y guerra, mi eterno vagar tras un sueño. Y nada en mi recordará que una vez estubieron hilvanados en mi pecho.
No hay comentarios:
Publicar un comentario