Apoyado contra la encimera de la cocina en la solitaria casa, tomo en silencio un vaso de cocacola a pequeños sorbos. El refresco burbujea en mi boca, bajo mi lengua. Me paro a pensar un instante en el sabor dulce, en la sensación de las burbujas en la punta de mi lengua. Puedo oírlas.
Puedo oírlas incluso a pesar del atronador sonido del reloj automatizado del horno, con su mecánico thuck-thuck-thuck que recuerda a un martillo hidráulico. Puedo oírlas sobre el contundente tic-tac del reloj de pared.
Cierro los ojos. Al momento, comienzo a percibir mas sonidos. El motor de la nevera. Los coches allá a lo lejos. Niños jugando, no se donde. Voces en algún otro piso, quizas una televisión, o una radio.
Son sonidos lejanos, apenas perceptibles. Quizás si me moviese, alejándome del ruido de mi cocina, podría escucharlos mejor, pero tengo la sensación de que si abro los ojos y doy un solo paso, todo este mundo de diminutos sonidos desaparecerá, llevándose la calma consigo.
Abro los ojos, doy un ultimo trago al vaso y vuelvo a mi habitación. La casa está en silencio.
Siempre vuelvo
Hace 5 años