viernes, enero 04, 2008

Dormir

Te despiertas un día, una mañana fria, como otras tantas. Sin nubes en el cielo, el calor se escapa en un suspiro cuando el sol se pone, y por la mañana, corta el aire. La pesadez previa a la enfermedad se ha apoderador de cada uno de tus miembros, y un dolor sigiloso se extiende por todo tu cuerpo. Pero también tu estas frío, como testifica el termometro. Así que te arrastras a la ducha, y mientras el agua se escurre por tu espalda piensas que podrías permanecer allí toda tu vida. Una carrera para cojer el autobús, un debate en la radio del mismo y, para variar, llegas tarde al trabajo.

- Hola, gracias. Hola, buenas, gracias. Hola, gracias. Gracias. Gracias. Gracias. Hola, buenos días, gracias.- Y asi se te pasa una hora.

Con las manos resecas y manchadas por la tinta y los pies mojados, vuelves a tu casa. No miras a tu alrededor, porque ya sabes de sobra lo que te vas a encontrar. El niñato que va de malo, la vieja maruja de barrio, la niña pija que cree levitar sobre los demas. Y no te apetece, a estas horas, ponerte a vomitar.

- Hola, buenas- dices, omitiendo esta vez el gracias mecanico que ya estas acostumbrado a conjurar.

- Hola- responden sin mirarte un par de entes anonimos con los que compartes, por poco apropiada que parezca la palabra, lugares de vida, comidas y alguna que otra conversación de ascensor.

Recoges algo de dinero, y sales de nuevo de casa ¿En busca, quizas, de un mundo mejor?. Estupida ironía. Las letras siempre son mas amables cuando asi lo requieres, siempre mas adaptables a lo que tus oidos desean. Todo parece mas simple ¿No es cierto?. Pero en el fondo, las letras están aún mas huecas que las palabras. Mas vacías.

Una llamada y una conversación larga. Viejos recuerdos que se atenazan al corazón, y que ni las letras, sin importar su color, pueden ocultar. No pueden, porque ni siquiera existen en este caso. Mas vacío. Alargas la mano hacia un amigo, sin saber muy bien que esperas. Quizas una palmada en la espalda sea suficiente, inocente, piensas. Y manos amigas blanden de nuevo la hiriente espada de la verdad, del juicio y el veredicto, del reproche y la condena, del sagrado texto de lo correcto. ¿Remordimientos? Demasiado viejo. Mas vacío.

Otro ente anonimo se enfurece por la transmisión de ideas, y cuelgas el telefono. Y piensas. Y es entonces cuando realmente te das cuenta de lo cansado que estas, de la pesadez que se ha ido apoderando, también de tu alma, de la enfermedad que acecha, de la debilidad de tus sentimientos. Y de que no tienes ganas de luchar, de gritar, de llorar, de buscar verdades ocultas bajo toneladas de mentiras, falsas intenciones y buenas maneras. De que ya no tienes siquiera valor para diferenciar lo justo de lo correcto, lo cruel de lo imperfecto. Y que tan solo quieres dormir, sin sueños que rompan el silencio.

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