viernes, mayo 05, 2006

La voz

Ayer mismo comence este nuevo proyecto. Un relato largo, o una novela corta. Tengo la idea general, me falta saber expresarla, y no se si tendre la habilidad suficiente para hcer lo que pretendo (necesito al menos cinco rangos :D). En fin, por lo de ahora os dejo aqui el comienzo que escribí ayer.


LA VOZ


Era una noche clara, de estas en las que la luna brilla con inusitada fuerza en lo mas alto del cielo, como un sol de plata. La ciudad dormía bajo ella, acunada. No había estrellas. O por lo menos no las había tras la capa de humo que la cubría. Aquella fuera hacía tiempo una ciudad pequeña, bella y no muy pobre. con su puerto, al que llegaban montones de barcos cada día. Incluso hubo un tiempo en el que vinieron turistas a pasear por sus calles empedradas. Nunca hubo en ella buen tiempo que atrajera girasoles a sus playas, pero algo era algo. Y aunque fuesen menos, era mas agradable tenerlos a ellos que a los girasoles.

Hoy, la ciudad continuaba siendo pequeña, menos bella y mas pobre. Había crecido. La gente tenía mas dinero. Y todo era mas caro. Aquellos recuerdos de otros tiempos no se habían cuidado, o habían sido cuidados en exceso, convirtiendose en ruinas o bien en replicas. Y ya no hubo mas viajeros en la ciudad, que ahora daría su alma por unos cuantos girasoles. Pero claro, el porpio sol le había dado la espalda.

Cuando se fueron los viajeros, el dinero se fue con ellos de aventuras a otras tierras, y aqui quedaron los de siempre. Toda la ciudad se había volcado con ellos, y ahora se marchaban sin un misero adios. ¿Que hacer ahora? Pocas opciones quedaban. Bajaron los salarios, y se montaron un par de industrias, de estas que escupen nubes enteras y que nadie quiere cerca. A pesar de todo, la ciudad era una carcel que apenas se mantenía a si misma. Todavía seguía activo el puerto, que traía desde fuera lo necesario para que funcionasen las fabricas de humo, pues de humo era de lo que estaban hechas las aspiraciones de los ciudadanos. Y tambien se mantenía activo por aquellos que, año tras año, tomaban un barco para huir de aquel lugar, y luego cada año volvian a visitar a los que aún estaban presos.

El resto de la ciudad eran barrios residenciales, on comercios para si mismos. Podía decirse que la unica materia prima de aquella tierra eran las personas, y la apatía cada vez producía menos, y, como ya se dijo, eran muchas las que se iban lejos. Así, en aquella ciudad que agonizaba en silencio, la luna brillaba aquella noche, sorprendentemente despejada.
- Mañana habrá tormenta- Hubiera dicho algun anciano del lugar, pero pocos quedaban ya con ganas de hablar para no ser escuchados.

Bajo esa luna y esas estrellas invisbles, en uno de los tranquilos barrios residenciales, algo se movía silenciosamente entre las sombras. Llevaba ropa deportiva, un par de tenis, unos pantalones comodos y una sudadera, toda negra. También llevaba aquella bufanda que le comprara su madre tiempo atras, para protegerse del frio de la noche de invierno y para taparse la cara, si fuera necesario. Se movía de manera agil, con pasos apurados, nerviosos y ,a pesar de todo, decididos. Nadie vio como se plantaba frente a aquel muro. Su muro. No perdió el tiempo.

Fue dando forma a las intrincadas letras de su obra, todo lo rapido que podía si quería hacerlas tal y como las veía en su cabeza. Aunque su estatura desvelaba su corta edad, era habil en lo que estaba haciendo, y en poco tiempo tubo escrita la primera parte. Se retiro un poco para observarla con algo de perspectiva.

Aquella era su decima obra. Y sería la mejor. Estaba feliz.

- No tengo por qué tener miedo, mis palabras son balas- leyo en voz baja para si mismo.

Una extraña sensación a su espalda rompio su silencio interno. Cuando se giró, el spray cayo al suelo con un debil tintineo.

- No puedes- fue todo lo que se dijo aquella noche junto al muro.




Alberto se desperezó en la cama mientras escuchaba la radio de su despertador. En realidad no la escuchaba, le importaba bien poco lo que estubieran diciendo. Seguramente discutirían sobre algun asunto de importancia capital, como la nueva ley sobre la lengua, o cualquier otro tema parecido, de estos que en nada afectan a la vida de la gente, y que se repiten hasta que te los aprendes de memoria.

Se sentía realmente cansado. Anoche había estado "buceando" en la red hasta tarde, y ahora la falta de horas de sueño pasaban factura. Pero tenía que ir a trabajar, así que se levantó de la cama y casi se podría decir que se arrastro hasta el baño. Cuando se metio en la ducha, un chorro de agua caliente y viscosa lo recibió. No tardo mucho en salir. No estaba para gastos estupidos, y con la ley del agua que el gobierno había decretado, no podía pasarse de su tasa. Ademas, aquel agua le dejaba la piel pegajosa, como si en vez de agua fuese aceite.

Se vistió, con su ropa formal algo arrugada, cogió su portatil y salio a la calle. Llovía. Es mas, parecía que se acercaba una tormenta, y caía una tromba de agua del cielo. Todo el mundo pasaba apurado con sus impermeables puestos, y la mayoría con sus paraguas. Otros, mas clasicos, llevaban sombrero. Los coches y sus dueños se desesperaban en el atasco de cada mañana, y la lluvia no ayudaba a arreglarlo. Y por si fuera poco, hacía frio. Un frio de estos humedos, tipicos de una ciudad costera del norte, un frío que cuando hace viento se te cuela hasta los huesos, por mucha ropa que lleves. Y aquel viernes hacía viento.

Y él, como un imbecil, no se había dado cuenta antes de bajar. Ahora no le apetecía volver a subir a por una cazadora y un paraguas, ademas llegaba tarde, así que, haciendo acopio de esperanzas, busco con la mirada algun autobus que parase frente a él. Solo entonces se percato de los operarios municipales que se afanaban bajo la lluvia en limpiar aquella pintada.
- No tengo porque tener miedo, mis palabras...- rezaba el humedo hormigón del muro.

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