Y de pronto, la rabia.
Como surgida de la nada,
La rabia, la rabia.
No las llamas explosivas
el odio de los primeros días,
si no las ascuas calientes,
un rumor sordo que siempre crece.
La sensación terrible
de que nada sea como esperas
y la misma mano que te sana
te apuñala sin piedad en la espalda.
Y la rabia, la rabia.
Como un palacio quemado
reducido a negros escombros
que siguen guareciendo
pero ya no protegen del frío.
Y la sospecha ominosa
de que da igual el tiempo
o el esfuerzo que pongas:
no se pueden desquemar las cosas.
Y la rabia, la rabia.
La certeza de la conciencia
tranquila y siempre cierta,
confrontada con la realidad
¡No soy yo quien deba esconderse!
Y tras urgar un poco en las heridas
volver a coserlas con premura
extraer el pus que se infecta
y olvidar, de una vez por todas...
La rabia, la rabia.
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