Allí el Gato había construido su madriguera: un jardín lleno de laberintos de seto y arboles exóticos. No era un jardín especialmente bonito, ni cómodo para pasear por el. Al igual que el Gato, el jardín era descuidado, incluso salvaje a veces, con algunas zonas abandonadas y otras tan solo a medio hacer. Pero, incluso en aquellas, había un significado tras cada árbol, seto e incluso guijarro allí contenido.
Y allí gastaba sus horas el Gato, a veces solo, a veces acompañado, pero de una u otra forma feliz. O en algún punto cercano a ello. Hasta que sintió la punzada.
Estaba deslizándose por aquel jardín de la decadencia con su Estrella (siempre volátil, etérea, suave al tacto como una nube de verano) cuando sintió que algo cortaba su mano. Observó extrañado aquel arañazo y se preguntó si acaso su Estrella también tenía zarpas. Pero no le dio demasiada importancia y continuó jugando. Hasta que al poco sintió otro corte. Y otro. Y otro mas. Cada vez mas fríos, cada vez mas profundos y dolorosos. Volvió a mirar sus manos y vio que ambas estaban sangrando.
Oscureciéndose, alzo la vista hacía su estrella y se preguntó como era posible que lo hiriera de aquella manera, pero la propia Estrella se había cubierto con mantos de vapor que impedían verla claramente. El Gato salto sobre ella, dispuesto a sumergirse a través de aquellos vapores y ver en que se había convertido su Estrella. Y entonces todo estalló en una lluvia de cristales al rojo vivo, como cientos de estrellas fugaces surcando el aire.
El Gato se despertó tirado en el suelo. Los cristales habían apuñalado cada centímetro de su cuerpo y de su alma. A su alrededor el jardín que había sido su hogar ardía en llamas. Donde había estado la Estrella tan solo quedaba un cubo de Rubik hecho de cristales helados.
Su pelaje también se había quemado, retornando a su original color negro. Y bajo el, los cristales habían vuelto a formar las mismas cicatrices en delirantes patrones ¿Círculos o espirales?
El Gato escupió sangre y odio.
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