La deforme criatura alzó sus manos al cielo en medio de la tormenta, mientras los rayos golpeaban la tierra con su furia a su alrededor. Como si respondiesen a su llamada, como si fuesen palabras terribles surgidas del infierno de aquel cielo negro. Por un momento Shakuan creyó atisbar una sonrisa bajo la capucha del deforme hechicero.
Costaba creer que aquello fuese alguna vez un guerrero del caos. Por su aspecto parecía apenas capaz de alzar el báculo que portaba. Sin embargo lo había visto destripar con sus manos desnudas varios mastines, y lanzar a un hombre del imperio por encima de las cabezas de sus compañeros. En ocasiones, las recompensas de los dioses tomaban formas extrañas, y en el helado norte nada era lo que parecía. Sobretodo lo concerniente a Tzeentch, Señor del Cambio y Maestro de la Mentira.
Por eso Shakuan nunca le quitaba un ojo de encima al siniestro hechicero que decía ser su aliado. Y por eso lo acompañaba durante el ritual, permaneciendo en pie a una prudente distancia del circulo de runas trazado con esmero sobre el helado suelo.
La lluvia repiqueteaba sobre la metálica armadura del paladín del caos y la de su Guardia de los Excesos, mientras la tormenta se recrudecía por momentos a su alrededor. Aún así, todos permanecían en pie, convencidos de que el Príncipe Oscuro los protegería de cualquier peligro. En cuanto al Señor del Cambio... si todo marchaba bien su furia sería aplacada pronto.
El ritual continuó durante un tiempo difícil de concretar, pero que para Shakuan resultó exasperante. No comprendía nada de las runas, los bailes ni las palabras que formaban parte del conjuro, y pedirle consejo al Maestro de las Mentiras no parecía una idea muy inteligente. Debería ser el Príncipe Oscuro quienes les indicase el camino. Pero ninguno en su tribu había sido bendecido con el poder de la magia y la adivinación, y aunque Slanesh atendía en ocasiones sus plegarias mas materiales y le había recompensado con su poder, nunca le había mostrado visiones. Así que cuando encontraron al hechicero moribundo, Shakuan decidió tomarlo a su cargo. Y cuando gracias a sus visiones derrotó a los Komrodes, antiguos enemigos de su tribu y su dios, decidió que aquello era una señal del Slanesh para seguir los consejos del hechicero. Pero todo aquello no significaba que se fiase realmente de él. Los dioses son caprichosos, y sus deseos cambiantes.
Un rayo que cayó a menos de cien metros sobresaltó a sus guerreros y saco a Shakuan de su ensimismamiento. El hechicero se giró, con aquel par de ojos azulados brillando en la oscuridad de su capucha y una de sus huesudas manos señalando al prisionero. Sus guerreros llevaron a rastras al ultimo de los Komrodes que habían capturado, mientras este se debatía echando espumarajos por la boca y tratando de liberarse. Uno de sus guerreros golpeó una vez mas la cara ya muy deformada cara del bárbaro enemigo, acabando con sus fuerzas para debatirse. Finalmente lo arrojaron contra el menhir sagrado y lo sujetaron con sus manos contra este.
A pesar de las torturas a las que había sido sometido y de los golpes que había recibido (su mandíbula a estas alturas debía estar dividida en cientos de partes), el arrogante Komrode se las arregló para escupir una flema sanguinolenta al hechicero cuando este se acerco. Si aquello le había importunado, no dio muestras de ello, y con una terrible lentitud y calma fue acercando uno de sus afilados dedos a su pecho.
Shakuan observaba, esperando ver de que manera acababa con su vida el sirviente de Tzeentch. Para su decepción, cuando el dedo alcanzó el pecho del prisionero, no sucedió nada. Con la misma exasperante lentitud el mago comenzó a trazar mas y mas símbolos invisibles sobre su piel.
De pronto, sin previo aviso, el achaparrado brujo dio un salto atrás y el cuerpo del prisionero estalló en llamas de vivos colores azules y violetas. Sus guerreros, a pesar de todo, siguieron sujetándolo firmemente por los brazos, ignorando el fuego que lamía sus decoradas armaduras y los sobrenaturales gritos del ejecutado. Shakuan pudo ver como su prisionero se consumía en aquellas llamas, primero la piel resquebrajándose y ardiendo, luego los músculos transformándose en humo, y finalmente los huesos ardientes se hicieron polvo con un espantoso alarido. Un nuevo rayo fue a estamparse contra el báculo del brujo y este se retorció en un estado de éxtasis, repleto de energía.
A Shakuan le sangraban los oídos. Sin duda era un precio pequeño a pagar por las visiones del futuro y por la experiencia que acababa de presenciar. Se acercó con lentos y gráciles pasos hacia el monolito, con su capa flotando en el viento tras de sí. Hizo una seña a los guerreros que habían sujetado al prisionero para que se retirasen, y luego se agachó y poso una mano en la espalda del hechicero.
Un chasquido eléctrico recorrió su brazo y se extendió por su armadura. Shakuan sonrió disfrutando el extraño cosquilleó que dejó tras de si la descarga.
¿Qué has visto?- su voz era casi un susurro
Debemos caminar... caminar por dos días hacia el rey de los cielos... hasta hallar una vena de la tierra...y luego hacía la calidez. Allí encontraremos... enemigos y muerte... muchos muertos... pero la recompensa será adecuada... y el dolor necesario.
Hacía tres días que bordeaban el río, y Shakuan empezaba a preguntarse si realmente aquello era “una vena de la tierra” o se había equivocado. O, mucho mas probable, su deforme compañero lo había engañado.
Junto a el cabalgaban sus Guardias de los Excesos, y tras ellos todos los hombres y mujeres de su tribu que había podido reunir y preparar para la batalla. Por ultimo, sus Guerreros Purpuras cerraban la marcha, vigilando de cerca la criatura que un día se llamó Cignus, valiente servidor del Príncipe Oscuro, y que hoy todos conocían como Destripador, que era arrastrado encadenado por varios hombres de la tribu.
El siniestro brujo insistía una vez mas en la efectividad de sus artes alquímicas y sus pociones cuando una hombre a caballo llegó al galope junto a ellos. El barbaro desmonto y se postró en el suelo frente a ellos mientras trataba de recuperar el aliento.
Habla- dijo secamente Shakuan tras detener la bestia que le servía de corcel y que observaba con ojos deseos al postrado humano.
Enemigos, príncipe. A una hora a caballo hacia el Sur. Marchando hacia aquí. Nos topamos con sus mastines.
¿Cuántos eran?
Tan solo pudimos ver sus tropas a lo lejos... no demasiados... menos que nosotros... a pie, sin gigantes ni trolls ni nada de eso.
¿A quien sirven?
Los símbolos de sus estandartes... no los había visto nunca... pero sus mastines apestaban a podredumbre... no eran criaturas como las nuestras... juro que vi el blanco de las costillas de uno de ellos sobre su pelaje... como si fuesen cadáveres... Nurgle.
Shakuan meditó unos instantes. No sabía de ninguna tribu adoradora de Nurgle por aquella zona.
Cadáveres- musitó el hechicero- No parecen cadáveres, son cadáveres. Y son nuestro sacrificio, el que nos llevará a la recompensa.
El paladín del caos lo miró inexpresivamente unos instantes, como evaluándolo. El brujo sonrió maliciosamente, dejando a la vista una hilera de dientes afilados como cuchillos.
Preparad a los hombres. Quiero que formen y estén preparados para la lucha ya. Tú – dijo al bárbaro que continuaba postrado ante el- reúne a los exploradores, nos van a hacer falta
La Guardia de los Excesos se apresuró a transmitir sus ordenes y el jinete partio de nuevo al galope.
Vuestro destino se acerca, paladín
No es solo el mío, te lo aseguro. Si eres leal, ambos llegaremos muy lejos. Traicióname... y te juro por los cuatro que te arrastraré conmigo al infierno.
Shakuan espoleó a su montura, que culebreo por el terreno a una velocidad imposible. Luego se detuvo, mientras el cuerpo del demonio se retorcía de una manera antinatural para permitirle mirar hacia atrás.
- Quiero ver a ese enemigo con mis propios ojos. Tu prepara tus pociones y asegurate de que todo esté en orden para cuando regrese.