Y reabrir una por una
cada lágrima pasada,
descoser las puñaladas
y las noches que las tapan.
Con la mirada cambiada,
descargada de lágrimas,
y la misma sensación
de ver el tren marchar
sabiendo que no era
esta mi estación.
Y observar como el tiempo,
dan igual unos días que año y medio,
disuelve todo en su seno,
y como las ilusiones se despejan
cuando se acaba el truco
y un telón de áspero acero
cae a plomo sobre el escenario.
Y los segundos desmontan todo,
las chisteras, los conejos y las cartas,
y desparecen dejando tan solo
el súbito aplauso tras de sí
y el eco vacío del espectador solo.