El cielo se había empeñado aquel día en derrumbarse, gris como la ceniza, tedioso como las horas sin dormir acumuladas al despertar. Una gota, y otra, y otra mas, golpeaban debilmente mi cabeza, mis ojos cansados, mis labios nostálgicos.
Era el mismo camino de siempre. Tras el trabajo y la hora de conexión al mundo irreal, había salido a la calle sucia y húmeda, como tantas otras veces. Yo me escudaba tras mi muro de notas musicales y apuraba el paso, ansioso por alcanzar de una vez la seca seguridad del autobús.
Era la misma sensación de siempre. Una oleada de olores surgía de la galería comercial que atravesaba el edificio a ras de suelo. Me detuve a mirarlo un instante, mientras una gota, y otra, y otra mas resbalaban por mi frente, por mis ojos de soñador, por mis labios sellados. Era la misma historia de siempre.
Mientras alzaba la cabeza hacia el cielo, sonaba "If god could talk", un sinfonía de acordes melancólicos. Un paso, y otro, y otro mas, mientras la lluvia se escurría por mi cara y yo sonreía, asaltado por el súbito recuerdo de una escena igual a esta, de unas letras tan parecidas, tan efímeras y tan diferentes.
Una gota, y otra, y otra más, acariciaban mi rostro como recuerdos de otro tiempo, mientras la tristeza del pasado y la extraña felicidad presente se mezclaban en acordes melancólicos. Y mirando atrás, echando de menos aquellos momentos de inocencia, comprendí cuanto había cambiado el mundo, mi mundo, desde entonces. Y como a pesar de la distancia (¿cuantos quilómetros? ¿cuántas horas con sus cortejos de minutos y segundos?) un pedazo de ti seguía de alguna manera conmigo, asegurándome que había merecido la pena la travesía por el desierto.