Erase una vez una Princesa que caminaba feliz por el bosque y fue a toparse con el Mendigo
- ¿Que hace vuesa merced caminando por estos inhospitos parajes?- dijole el Mendigo
- Tan solo disfrutar del paisaje- y acto segudi la Princesa comenzó a canturrear mientras seguía caminando
- Pues deberíais abandonar este sendero, esta plagado de peligros
- Gracías por la advertencia, pero nada me asusta ni me desvía de mi camino
Fue así que la princesa continúo su camino, y se encontró con un caballero, de los de reluciente armadura, espada enjoyada y lengua de plata. Escuchó sus palabras, sus promesas vacuas, su amor pasajero como el agua de un río. Y así fue feliz un tiempo, pero al cabo termino presa en el castillo, de torres altas como la luna y un feroz dragón a la puerta. Y cada anochecer lloraba ansiando volver a recorrer libre los bosques.
Ocurrió una noche de luna llena que el Mendigo escucho su lamento y armandose de valor se dirigio al castillo, y con astucia eludió al dragón y devolvio la libertad a la Princesa.
- ¡Oh, muchas gracias, mi noble amigo! Decidme que deseais como presente de agradecimiento y será vuestro
- Nada deseo, pues esto no ha sido mas que una muestra de amistad, y vuestra amistad ya tengo.
Caminaban los dos por el bosque de nuevo, cuando apareció ante ellos un escudero sin caballero, de los de heridas de guerra y ojos viejos, de palabras de libertad y rebeldía. Y la Princesa escucho sus palabras, y al cabo terminó prendida de aquel hombre de la guerra.
- No deberíais acompañarle, mi amiga, pues he oido historias de sus "hazañas", y os aseguro que os quitarían el sueño.
- Vamos, viejo amigo ¿Ahora creeis en rumores malintencionados? ¿Es que no veís la nobleza que esconde tras sus ojos?
Así la Princesa dejo de nuevo el bosque y recorrió el mundo, de pueblo en pueblo junto a su escudero. Y fue feliz un corto tiempo, pero al cabo terminó encerrada en el mismos castillo, en la misma alta torre y con el mismo dragón hambriento a sus puertas. Y lloraba cada noche su tristeza y su soledad.
Ocurrió que una noche el Mendigo escucho su lamento y, armandose de cuanto valor logró reunir, sorteó por segunda vez al dragón hambriento, escalo la alta torre y rescató a la princesa de su cautiverio.
- Gracias, mi unico amigo ¡Ojalá os hubiera echo caso en su momento!
- No os preocupeis princesa, pues errar es el mayor signo de humanidad.
Y sucedió que andando de nuevo por el bosque, se dieron de bruces con un caballero de corcel negro como la noche, armadura oscura y oxidada y espada manchada de sangre reseca. Y la princesa escucho sus palabras, sus mentiras descaradas y su lengua envenenada.
- No vayais con él, querida amiga, pues acabareis de nuevo encerrada. ¡Miradlo! Aún desde aqui puedo oler el aroma de la traición en él
- Vamos, vamos, viejo amigo ¿Es que ahora juzgaís a la gente por sus vestimentas? No temais por mi, pues el me protegera de cualquier mal.
Así la princesa abandonó en bosque y sigui al caballero negro, que mediante sutiles engaños la dirigió directamente al castillo, donde la encerro tras siete cerrojos en la alta torre, y buscó un dragón aún mas fiero para guardarla y asustarla. Y la Princesa no fue feliz, y lloraba día y noche.
El Mendigo oyo una vez mas sus lamentos, y apesadumbrado se dirigió al castillo. Con sigilo y silencio se aproximo y trepo las murallas. Dirigiase a la alta torre cuando sus pies ya viejos lo traicionaron, tropezando y armando un gran escandalo que al dragón despertó. Mucho corrió el mendigo, y al fin logró eludir al monstruo y alcanzar la alta torre donde su amiga estaba presa.
- Oh, mi querido amigo ¡habeis vuelto a hacerlo! Pense que ya nadie me salvaría... pero... ¿Es sangre eso que se derrama?
- No tan deprisa, Princesa. Me temo que las zarpas de esa bestia en mi espalda han hecho mella, y que poco tiempo le queda ya a este viejo mendigo. Cruel ha sido el destino queriendo remarcar así mis palabras.
- ¿Que es lo que decís, querido amigo? ¡Rapido! Huyamos de aqui y busquemos quien te cure.
- No, Princesa. No he venido a rescataros. Puesto habeis demostrado que acabaríais igualmente presa, prefiero ahorraros el paseo. Tan solo acudía a despedirme de vos, y bien caro me ha salido esta vez el adios.