El sol se pone. Es primavera. El invierno se acaba ¿Es mejor la primavera? Nadie sabe, nadie contesta.
Las cosas parecen diferentes. Y tengo miedo, como siempre. Me dejo llevar sin saber muy bien a donde, sin acabar de soltar lastre, aferrándome a mi mismo, sin llegar nunca a confiar en la corriente.
De alguna forma me encierro en mi mismo, me tapo los ojos y los oídos, me limito a pensar, en círculos y espirales que nunca acaban. Y algo se estremece por dentro, en el alma, previniendo un tiempo incierto.
Las palabras, mi terapia. Las creía agotadas. Cansadas de aguantarme a mi y mis tonterías. Pero siguen ahí, como buenas amigas, como pastillas que calmen mi ansiedad. Acuden a mi mente, a salvarme.
Para que pueda copiar una vez mas un poema que no es mío (como si alguien pudiera reclamar la posesión de los sentimientos). Palabras ajenas parecen expresarse por mi boca. Y no me importa. Le doy dos o tres vueltas al destino, al efecto mariposa, y alguna otra cosa sobre como unas letras pueden recorrer el mundo y resultar tan válidas, sobre como el pasado se repite siempre, sin ser nunca igual.
Así que aquí estamos. O eso creo. Sin saber nada a ciencia cierta, muerto de miedo pero, de alguna manera, decidido a seguir cayendo sin estar seguro de donde es arriba y donde abajo. Algo lejos de todo y de todos, pero también lejos de mi mismo. En una tierra de nadie inmensa donde nada importa demasiado y los sentimientos son un oasis.
Pero si hay algo cierto sobre los desiertos es que ninguno es eterno. Y que es muy fácil perderse en ellos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario