Había una vez una marioneta y un titiretero, y entre medias cientos de hilos, recios como acero, que unian ambos. Sirviendose de ellos, el marionetista dirigía cada uno de los movimientos de su titere a su antojo. Así, decidía cada uno de sus pasos, cada uno de sus movimientos. Y nada podía hacer la marioneta por liberarse de aquel abrazo de cables que lo atrapaban, y al mismo tiempo lo hacían feliz, pues nada ansiaba mas el triste muñeco de madera que danzar y volar suspendido por aquellos invisibles hilos.
Paso algún tiempo y, bajo la ingnorancia del marionetista, el hueco interior del muñeco de madera se fue llenando de un corazón palpitante. Y paso algún tiempo más hasta que la marioneta abriera su pecho en canal para mostrar el fruto de todas sus danzas compartidas. Mas el titiretero no quiso reconocer cuanto halló allí dentro, y clavó uno de sus anzuelos en la carne fresca, para así poder no solo dictar los movimientos, sino también los sentimientos de su marioneta. Y con un giro de su muñeca quiso arrancarle el corazón y decirle que es lo que debía sentir. Nada. Le dijo que en su interior no anidaba nada. Nada.
Aquella misma noche la marioneta corto, una a una y con lagrimas en los ojos, todas las cuerdas que lo unian a su sueño de volar. Y una vez libre de sus ataduras, decidio cumplir la ultima orden de su amo: vacio su interior, vomitó hasta el ultimo pedazo de cuanto había ido cultivando con el tiempo, escupió la esperanza como si fuera un chicle ya gastado.
El titiretero creería siempre que había sido él quien dirigiera las acciones y los sentimientos de la marioneta, que sus hilos y sus habiles manos nunca se habían equivocado, y que nada había crecido en la esteril madera. Tan solo la marioneta sabría que había sido decisión suya, que realmente había poseido un corazón durante un tiempo, que realmente había amado durante un tiempo. Y que enredado en sus propios hilos, había optado por la Nada.
Nada.
Paso algún tiempo y, bajo la ingnorancia del marionetista, el hueco interior del muñeco de madera se fue llenando de un corazón palpitante. Y paso algún tiempo más hasta que la marioneta abriera su pecho en canal para mostrar el fruto de todas sus danzas compartidas. Mas el titiretero no quiso reconocer cuanto halló allí dentro, y clavó uno de sus anzuelos en la carne fresca, para así poder no solo dictar los movimientos, sino también los sentimientos de su marioneta. Y con un giro de su muñeca quiso arrancarle el corazón y decirle que es lo que debía sentir. Nada. Le dijo que en su interior no anidaba nada. Nada.
Aquella misma noche la marioneta corto, una a una y con lagrimas en los ojos, todas las cuerdas que lo unian a su sueño de volar. Y una vez libre de sus ataduras, decidio cumplir la ultima orden de su amo: vacio su interior, vomitó hasta el ultimo pedazo de cuanto había ido cultivando con el tiempo, escupió la esperanza como si fuera un chicle ya gastado.
El titiretero creería siempre que había sido él quien dirigiera las acciones y los sentimientos de la marioneta, que sus hilos y sus habiles manos nunca se habían equivocado, y que nada había crecido en la esteril madera. Tan solo la marioneta sabría que había sido decisión suya, que realmente había poseido un corazón durante un tiempo, que realmente había amado durante un tiempo. Y que enredado en sus propios hilos, había optado por la Nada.
Nada.
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24-8-08, 8:00